“Al ser humano se le puede arrebatar todo, menos una cosa, la última de las libertades humanas, la libertad de elegir la propia actitud en cualquier circunstancia, es decir, la libertad de elegir su propio camino”.
Viktor Frankl
En anteriores post hemos comentado cómo ante situaciones inconcebibles, mujeres y hombres contamos con una poderosa e innata capacidad para sostener en nuestra consciencia la rabia, la desesperación o el miedo y llevar su carga de un modo diferente. El ser humano es capaz de abordar ese dolor, miedo o rabia de modo profundamente sanador.
Abrimos esta nueva entrada con la bella frase que Viktor Frankl escribió en su libro El hombre en busca de sentido, donde narra su desgarradora y a la vez inspiradora experiencia en un campo de concentración nazi.
No perdemos de vista que el dolor puede aflorar inesperadamente, con sus infinitas manifestaciones, en medio del telar de la vida humana y quebrantar sus relaciones, esperanzas o sueños, desgarrando, a veces de forma irreparable, la urdimbre de lo más hermoso y querido de ella. Y esto es innegable.
Así que aceptar lo que ocurre en cada momento, no pude entenderse como un ejercicio de resignación pasiva o de entrega, sino que tal vez sea la única forma inteligente y sabia de establecer relaciones con lo que es, y no se trata de artificios forzados o idealizaciones de un estado especial de ser, ni siquiera de una técnica o una filosofía. Hablamos del ser humano, o de una comunidad humana, que ha tomado consciencia clara de la inmediatez de lo que es, que ha ensayado una disposición a descansar en el no saber, o incluso en la frontera entre saber y no saber, y responder ante aquello que necesita atención a raudales en esa circunstancia concreta, con amabilidad hacia sí mismo y hacia quienes necesitan claridad y serena compañía. Tal vez en esa comprensión radique la posibilidad de liberar todo dolor humano (natural) de la superflua capa de sufrimiento .
El arte, la cultura, la ciencia, la música y la poesía de todos lo tiempos, son las derivadas de una consciencia humana que se conoce a sí misma y se decide a explorar aquella frontera entre saber y no saber. Si embargo, la historia de la humanidad, esto es, la historia de los horrores y atrocidades de personas, tribus o naciones sobre sí mismos o sobre los otros, es la derivada opuesta de la misma mente humana que se niega a salir de “sus razones” y en su distracción o negligencia se niega a sí misma a descubrir el lugar que ocupa en el universo, para acabar decantándose en la codicia, la intolerancia y la violencia.
Hace 24 siglos Aristóteles advertía que la política es un servicio público a cuya gestión se destinan los hombres decentes. Es crítico comprender, -y esta vez, la advertencia es kantiana-, que el ser humano es aquello que la educación hace de él.
¿Hay mejor camino para mantener un estado de sanación que contemporizar con los más elevados valores del espíritu humano en nuestro tiempo, y perseguir el ideal de contribuir con libertad, creatividad y compasión a la convivencia democrática y al progreso de la humanidad? Los primeros valores puestos en circulación han de ser el compromiso con el desarrollo de la consciencia y la disciplina con el mantenimiento de una actitud permanentemente atenta sobre sus contenidos, pues sin consciencia y disciplina, los demás valores no llegan a arraigar como verdaderas semillas en el corazón humano. Como acicate para ese camino de evolución de nuestra consciencia, merece la pena refrescar la memoria de la reciente historia de Europa, del origen de sus totalitarismos o de sus dos grandes guerras…
En las páginas centrales del referido libro, su autor se pregunta, “¿Qué es, en realidad, el hombre?” para responder a continuación, sin ambages: “Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero al mismo tiempo, el que ha entrado en ellas con paso firme y musitando una oración”
A quienes decidimos ser hijos gozosos de nuestro tiempo, nos ha llegado la hora de prestar toda nuestra atención y no volver a confundir el camino. Al fin y al cabo, ¿no viajamos todos en un mismo barco?
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