El hecho de vivir en medio de todo este batiburrillo de callejones, menesteres y barahúndas me provoca una melancólica tristeza: cuántos placeres, impaciencia o deseos; cuánta vida sedienta y cuánta embriaguez de la vida a cada instante. Y, sin embargo, para todas esas ruidosas personas, para todos cuántos viven, todos esos seres sedientos de vida, pronto se hará el silencio. Detrás de cada uno está su sombra, su oscura retirada.
F. Nietzsche. La gaya ciencia.
Hay quien cree que en esta vida siempre queda otra posibilidad de momentos mejores. Nietzsche se apresuró a advertir sobre la existencia de una sola vida, la presente y fugaz vida, cuyo desaprovechamiento suponía para él la mayor de las prodigalidades.
No entender la vida como la gran y única posibilidad que se nos otorga, puede resultar un erial. Deviene de ahí, con el transcurrir de los años, una especie de aburrimiento a resultas de haber dedicado los mejores años al entretenimiento y los mejores días a la diversión, cuando, en realidad, ni el entretenimiento es antídoto para el aburrimiento, ni la diversión lo es para la tristeza.
El acompañamiento del enfermo en el final de sus días, tiene la cortesía de enseñar que lo más doloroso no es morir sino no haber vivido. Los privilegiados que aprendieron a ser leales seguidores de su llamada –los que han vivido bien– se sienten ahora preparados y serenos para entregar su último suspiro. Han conocido el único antídoto contra los fantasmas de la mente: la percepción de la vida como única fuente de posibilidades; la consciencia del valor de estar vivo; darse cuenta de que se puede aprovechar cada amanecer para construir un proyecto y disfrutar con el milagro de sentirse vivo. En esa experiencia vital radica la posibilidad de que emerja la visión desde el fondo luminoso y recóndito de cada uno. Entre los diversos seres que pueblan el mundo, sólo el humano conoce el aburrimiento, pero sólo él porta el anhelo de plenitud. Sabe que al asomarse a la existencia, cabe la posibilidad de dar con la belleza y el sentido para que merezca la pena vivir.
Se alejan del círculo del aburrimiento, quienes logran estar atentos al tañido de la llamada cuando resuena en ese fondo recóndito emplazándolos a donarse de manera singular al mundo. El tedio o vacío del desesperado, -que sólo mira la acción yerma y devastadora del paso del tiempo-, esquilma sus energías y hace enfermar desde la mente, su más inesperada y lejana célula. Para escapar por los intersticios de tan diabólico círculo, hay que postrar la atención ante la misteriosa convocatoria interior y escuchar la moción del espíritu, -la vocación-, como la potencia que alumbra un camino sin trillar, que cada cual percibe a su manera.
Muchos nos preguntamos por la vieja cuestión de la vida después de la muerte, pero pocos son los que se plantean la vida antes de la muerte. Sólo desde la consciencia y una escucha atenta de la voz que emerge de dentro, se podría resolver tal cuestión. Desconocer la vocación profunda en cada etapa de la vida, lleva a vivir desconcertado, sin saber qué hacer ni a dónde ir… La mera satisfacción de deseos o la ausencia de dolor, no coincide con el anhelo de plenitud. Tampoco la infelicidad humana cabe reducirla a tristeza o dolor. Más bien a la falta de fecundidad de una consciencia incapaz de percibir la voz interior que alumbra el camino de realización y servicio al mundo. Toda auténtica vocación es una forma singular e individual de participar en el decurso de la historia.
Una cierta estulticia lleva a confundir el bien individual como lo opuesto al bien de los demás. Si la visión no es una llamada a la participación, por humilde que sea, en la gran tarea del mundo, se tratará de un espurio instrumento del psiquismo herido para excusar actitudes evasivas contrarias a todo compromiso. En la madurez de la vida se reconoce la dificultad de transformar la vocación en fragmento de realidad, pero aún sin concebir esperanzas supernumerarias, se confía en uno mismo y en los demás para hacer y gozar algunas cosas . El hombre no es un ser para la muerte, como sostuvo Heidegger, sino para realizarse antes de que esta lo convoque.
Cada hombre y mujer porta en el fondo de su ser un humilde creador que, si aflora, embellecerá la historia del mundo. Si en el tiempo otorgado a cada uno para asomarse a la existencia, logra expresar la verdad de su ser, de una u otra manera la historia humana alterará su rumbo.
Cuando releo el hermoso fragmento con el que introduzco esta entrada, no siento la melancólica tristeza que sintió el teutón, sino que me revelo contra su olvido: la voluntad de vivir en los rincones de cada ciudad, no acaba en el simple silencio, sino que crea unos dones cuyos frutos se reparten como testigo de los anhelos y sacrificios, para solaz y progreso de las generaciones futuras. La historia de la humanidad no es, como se suele enseñar, la de sus guerras, sino la del conjunto de riquezas que portan todas y cada una de las vocaciones humanas.
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