“La mente es su propio lugar, y en sí mismo
puede hacer un cielo del infierno, un infierno del cielo»
John Milton
Mientras mi cuñado Jose y yo salíamos del hospital, después de conocer los resultados de su maldita biopsia –se trataba de un cáncer particularmente agresivo- me expresó una intuición inesperada para mí, aunque de una inusitada claridad: aquella enfermedad pretendía monopolizar su atención, pero hasta donde le fuera posible, trataría de no enfocarse en ella tanto como en la propia vida.
Como magistralmente describió Albert Camus en su novela El extranjero, cuando un hombre sabe que va a ser ejecutado, puede llegar a concentrar su mente de una manera asombrosa. Mersault decidió anclar una intensa atención en el cielo azul que contemplaba a través del tragaluz de su prisión y esa “visión clara y cabal” le permitió vivir su final feliz.
A lo largo de muchos meses de cirugía, quimioterapia, cuidados intensivos, planta… hizo lo posible por centrarse en su presente. Recuerdo que durante un procedimiento endoscópico, a resultas de una complicación de su cirugía, me confesó que sentía una enorme paz pensando en sus seres queridos, que era lo único con lo que contaba en ese momento, además de evitarle pensar en el pasado o en el futuro o en aquello que de repente le parecía banal o negativo.
En ciertos momentos especialmente duros, debe de ser muy difícil pensar en la música de las esferas, pero a lo largo de su calvario Jose se aferró al principio de que la vida se estructura con los jirones de aquello que captamos con una intensa atención. Durante nuestras charlas filosóficas, me contaba que había descubierto cómo podía inducir su buen humor, a través del esfuerzo de estar muy presente durante los momentos que compartía con los suyos, notaba entonces que disfrutábamos de su compañía pese a su aspecto macilento. Aunque desde luego, no fue el mejor año de su vida, sí guardo cierta duda sobre si fue el peor.
Me deslumbró tanto su sabia actitud, que me la tomé muy en serio, no sólo personalmente, sino también como médico estudioso de la relación mente-cuerpo. Comencé a descubrir que su experimento constituía un ejemplo a escala reducida de algo sobre lo que la propia ciencia también comenzaba a presentar evidencias: no siempre es posible estar feliz pero sí centrar la atención en aquello que sea casi igual de bueno. Tal vez el poeta se refiriese a esa facultad cuando escribió los versos con que introduzco este post.
Gran parte de la psicología clínica, desde Sigmund Freud, se ha centrado en la revisión del pasado para comprender las causas del rumbo que toma una vida, y tratar así de reconducirla. Sin embargo, quienes se centran en las cosas que estiman adecuadas del presente y futuro, sienten que su existencia deja de ser resultado de acontecimientos externos o una sucesión de accidentes para convertirse en producto de factura propia, de creación propia.
Estar atento constituye una estrategia mayor para experimentar la vitalidad y el bienestar. El dominio de la atención es la primera habilidad frente a todo cambio de conducta; no desarrollar esta capacidad es de la mayor prodigalidad, sobre todo a la hora de preservar la mente y el cuerpo de los estados morbosos; pero este hábito, como otros, requiere disciplina.
Con independencia del entorno, de la situación económica, etc. la alegría de vivir depende principalmente de la capacidad para concentrarse en aquello que de verdad interesa a los propios propósitos. Incluso en último extremo, las descripciones de Viktor Frankl enseñan que en la mayor de las indigencias, algunos prisioneros decidieron hacerse cargo y enfocarse en su propia experiencia interna para evitar el infierno del miedo y la desesperación.
Hoy se culpa a internet, redes sociales, móviles y tabletas, del estado mental disperso, distraído y fragmentado de niños, jóvenes y adultos, pero por seductores que estos instrumentos sean, no tengo dudas de que el origen primario del problema radica en el desconocimiento de la dimensión y del valor de la atención como creadora de experiencias de flujo.
La idea de la atención forma parte inextricable de la defensa de la libertad, la individualidad y la capacidad de crear experiencias con sello propio. Es crítico saber elegir con sumo cuidado a qué prestamos nuestra atención. No en vano el filósofo Javier Gomá reconoce en su libro de microensayos, Todo a mil, que “la atención es sagrada. Somos seres atencionales y donde está nuestra atención, está nuestro corazón y nuestro ser por entero”
Esta cualidad representa la fuerza o energía psíquica que define los contenidos de la mente, la consciencia, que a su vez es esencia de la vida mental y de cuyo orden brota la vitalidad y la mirada madura para disfrutar del tipo de experiencias que se quiere vivir, en vez de dejarse arrastrar por lo precario y vulnerable de todo lo humano.
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