«Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte»
Leonardo Da Vinci
El cuidado de la salud emocional posee una importancia vital en nuestro tiempo, no sólo por la cantidad de víctimas que se cobra, también por la gran influencia que ejerce sobre el padecimiento de enfermedades crónico-degenerativas.
En los últimos tiempos ha aumentado el interés por comprender las relaciones de las creencias y de la cultura con la salud y la enfermedad. La psiconeuroinmunologia, joven parcela de la medicina, ha puesto en evidencia las relaciones existentes entre el estrés y los sistemas de defensa corporales.
Con el fracaso de aquella definición de salud propuesta por la OMS como ideal de bienestar absoluto, se ha puesto de relieve la necesidad de no soslayar por más tiempo el conocimiento que las variables de la dimensión psíquica juegan en este proceso.
Entre otras enriquecedoras contribuciones, Freud puso de manifiesto cómo la cultura en su afán por combatir la precariedad de la vida, ha descuidado el fortalecimiento del aparato anímico para superar el infantilismo. Alimentar las expectativas de felicidad con la capacidad fantaseadora del inconsciente, si bien puede apaciguar la angustia frente a los peligros del sinsentido de la vida, incapacita para afrontar el principio de realidad.
El imaginario de la salud como estado de completo bienestar y ausencia de enfermedad es una derivada de ese inconsciente que no reconoce la precariedad de la vida ni la caducidad del cuerpo. Tal imaginario, niega la responsabilidad individual y colectiva sobre la salud y sobreestima los recursos de la naturaleza humana que no mide las consecuencias de un estilo de vida caracterizado por los excesos.
El momento tecno-científico, inclina al hombre contemporáneo a manifestar su condición narcisista y a prodigar ingentes energías en la búsqueda de un mundo blindado contra el dolor, la enfermedad, la vejez y la muerte. El cuerpo reciclado, del que habló Lipovetsky, es la expresión más dramática de esta cultura narcisista influenciada por el ideal del absoluto bienestar.
Y es que las exigencias del trabajo, la carrera contra el tiempo, los deseos de certidumbres, los ideales de absoluto control… son algunas de las características de un estilo de vida que en occidente entorpecen nuestro equilibrio psíquico como factor protector de la salud.
De hecho, sabemos que la mayor fuente de estrés se genera en el trabajo, donde las exigencias de productividad y absoluto dominio, privan a este hombre contemporáneo de los efectos terapéuticos de una actividad que, además de dedicarle la mayor parte de su tiempo, está especialmente indicada para ofrecer una compensación que lo rescata a la vida. El resultado es un hombre agotado que pone en grave peligro todo su sistema inmunológico para combatir la enfermedad.
La reflexión que sobre este estilo de vida occidental trazaron el conocido cardiólogo Valentín Fuster y el escritor recientemente fallecido, José Luis Sampedro, pone de relieve el desconocimiento que la sociedad tiene de la salud como estado de equilibrio corporal y emocional, y el olvido sobre los límites de la naturaleza y sobre la emoción como base de la motivación humana.
Aunque hoy contamos con pruebas objetivas de la relación entre estilo de vida y el complejo salud-enfermedad, parte de la comunidad científica aún sigue planteando ciertas reservas al señalar problemas metodológicos para establecer conclusiones firmes.
No obstante de esto, se hace imperativo integrar una concepción de la salud que atienda factores, como los psicológicos y socio-culturales, dada la creciente proporción de enfermedades crónico-degenerativas que se relacionan con el estilo de vida de nuestro tiempo. De hecho, los referidos autores plantearon un interesante reto para la medicina actual, como es el de investigar la influencia de lo anímico sobre la enfermedad y de la cultura sobre los estilos de vida saludables.
Si la intervención de Marc Lalonde en la Conferencia Mundial de la Salud en 1974 determinó el importante cambio que incluyó la influencia del estilo de vida, la experiencia actual señala la necesidad de prestar mayor atención a la dimensión emocional, que en íntima relación con la condición simbólica del hombre y su capacidad de configurar sentido, puede permitir el avance en una concepción más completa de salud.
El enorme valor que la ciencia ha aportado a la calidad de vida, palidece al lado del ideal contemporáneo del absoluto bienestar que, por una parte, niega la vulnerabilidad del hombre, y de otra el dolor de existir como estructura natural de la vida. No puede ni debe confundirse este deletéreo ideal con la consciencia de salud plena que promovemos desde estas entradas. Enfoque que apuesta por un estilo de vida cuya premisa es el equilibrio de la esfera psíquica y cuyo fondo, una vida consciente de experiencias armoniosas y de sentido.
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