“No existe nada más grandioso en lo humano que la aventura de vivir y envejecer y la conciencia de tu propia mortalidad”. J Gomá. Entrevista en ABC 12/2/2017
Un nuevo relato parece latir con renovada fuerza, después del derrumbamiento de las grandes utopías del siglo XX. Un relato con tintes ideológicos y netamente vinculado al impacto previsto con los avances de la biotecnología. Sin entrar en la historia e hitos socioculturales que han hecho germinar la actual corriente denominada transhumanismo, cabe destacar ahora lo que sus teóricos sostienen sobre tales avances: que integrados en la naturaleza humana, ampliarán los confines de la vida de los hombres al impulsar mejoras cualitativas en la dimensión corporal y neurológica de quienes, para entonces, alcanzarán los aledaños del ideal posthumano. Estos teóricos defienden que la especie humana no es el fin sino apenas el comienzo de una nueva etapa de la evolución. Si bien todo indica que los logros tecnológicos transformarán el entorno natural, lo desconcertante es que se especule con que también puedan trascender la condena a muerte que pende sobre la naturaleza humana. El sello tecnológico estampará tanto cualidades cognitivas o de memoria insospechadas como el remodelado de la propia identidad personal.
Si bien el ser humano alcanzó la cumbre de la evolución, en gran parte, merced a su capacidad para concebir herramientas, ahora estas podrían trascender su propia biología. Si la tecnología toma el testigo de la evolución biológica y cultural, los cambios que necesitaron decenas de siglos hasta su aparición, en nuestro tiempo acontecerán en pocos años.
Esta utopía hunde su raíz en un absolutismo tecno-científico que otorga patente de corso al supuesto poder infinito de la biotecnología para vencer los límites de la condición humana y su evolución. Algunos científicos, a diferencia de los filósofos, no gastan su tiempo en encontrar un sentido a la muerte, como con frescura y denuedo refleja la obra del escritor con el que introducimos esta entrada. Se hallan azacaneados en el desarrollo de artificios que alarguen la vida hasta vencer a la parca. En algunos centros de vanguardia biotecnológicos de California se sostiene la esperanza en la supervivencia sexcentésima del hombre frente al precoz destino funerario que hoy posee.
Bajo el poder de la tecnología –eje diamantino del transhumanismo– late la posibilidad de transformar nuestro horizonte colectivo. A estas alturas sería insensato negar el calado filosófico que guardan estos planteamientos en lo relativo a la naturaleza humana o su destino. El relato transhumanista es una propuesta de ideal para superar la fragilidad y la finitud de la condición humana a través de la integración multidisciplinar entre la biotecnología, la nanotecnología, la eugenesia, la tecnología de la información, la neurociencia y la robótica. Más allá de curar enfermedades (finalidad terapéutica) también trata de mejorar a quien no está enfermo (human enhancement) ya sea con técnicas genéticas que modulan el ADN o con tecnologías potenciadoras de las funciones cerebrales. E incluye otras tecnologías como las de elección reproductiva o las de procedimientos criónicos, como si al posthumano le fuera permitido en el futuro saltar los confines de este mundo.
Pertenece a la ética de la tecnología discernir el territorio frontera de legitimidad en lo relativo a estas aplicaciones, sin menoscabo de la libertad humana. Por ejemplo, responder cabalmente a la pregunta: ¿sería lícito aplicar técnicas genéticas sobre el no nato con el propósito de extirpar los más fieros atavismos de su condición humana? El buen uso de las nuevas tecnologías bien pudiera contribuir como instrumento al servicio de un futuro alentador para la humanidad, impidiendo repetir muchas de las peores negligencias cometidas por nuestra especie – considerando que la educación y la cultura por sí solas han dado muestra de su debilidad frente a ello –, como cuidar el planeta sin acelerar el deterioro de su hábitat, proteger a los seres más vulnerables u orientar el inexorable progreso tecno-científico al bien común. De la profunda incertidumbre que el ser humano alberga sobre su destino como especie dio buena cuenta la encendida polémica mediática que en los últimos años del siglo XX levantó en Alemania el provocador pensador Sloterdijk, abogando por el reciclado genético-técnico humano a través del diseño genético prenatal, y que fue contestada por un templado Habermas que, en la estela de los pensadores clásicos, argumentó sobre la vida como fin en sí mismo y se mostró contrario a instrumentalizar la vida prenatal.
Otro debate de enorme calado es el económico. So riesgo de abrir una nueva brecha social entre humanos y potenciales posthumanos, subyace la llama del elevado coste de implementación de estas aplicaciones como factor limitante para un acceso masivo a sus supuestos beneficios. Capítulo del mismo libro que deberá ser motivo de ineludible discusión.
Frente a un ser humano con abrumadora proporción de su corporalidad integrada por dispositivos tecnológicos cabría preguntarse, ¿hasta dónde permanece la esencia humana de este innovador Frankenstein? El hombre biónico que propone el transhumanismo, más allá de un mero subproducto de la cultura tecnológica, es una propuesta de considerable envergadura en lo que concierne a la identidad humana y a la libertad. Los postulados de esta corriente se fundan en el reduccionismo materialista de la constitución del ser humano[1]. Es indudable que nuestra especie dispondrá del apoyo de inmensas redes externas de computación al servicio del conocimiento, de la salud y del control de su propio cuerpo o del entorno natural, pero carece de sentido la quimera que representa su integración en una unidad ontológica nueva para dar lugar a una naturaleza humana cualitativamente diferente a la que conocemos.
El proyecto de criatura post-humana representa una consistente excusa para abrir la esperada línea de discusión, serena y persistente, entre la filosofía, la ciencia, la antropología, la ética y la teología, capaz de volver a unir en un solo haz aquellas hebras deshilvanadas en la Antigüedad por lo dionisíaco y lo apolíneo o, en la Edad Media, por la teoría de la doble verdad y la en la Modernidad a causa de la salomónica fractura que se produjo entre el cuerpo y el alma.
Los ciudadanos corrientes tenemos también la responsabilidad de conocer y sopesar en la conciencia cívica –antes de que esta quede empañada o adormecida por los vapores de ideologías triunfantes– las propuestas antropológicas de este manifiesto cuya noción de la naturaleza humana abre un horizonte sobre el que se ciernen novedades morales y sociales de consecuencias imprevisibles para nuestro patrimonio genético, nuestra dignidad y libertad y nuestro futuro como especie[2].
.
[1] Es recomendable la crítica a los fundamentos teóricos de este movimiento ofrecida en el artículo: “Transhumanismo y post-humanismo: principios teóricos e implicaciones bioéticas”. Elena Postigo. Medicina y ética. Vol 21 nº 1 2010
[2] Un buen texto de partida, tal vez no para creer, pero sí para debatir sobre la esperanza que podemos albergar respecto a nuestro destino como especie es el ensayo De animales a dioses, de Yuval Noah Harari. Ed. Debate.
Deja una respuesta